” Si uno no sabe de dónde viene, desconoce a dónde va. Cortar con el pasado no significa ignorar nuestros orígenes, y conocer nuestros orígenes no significa atarse a ellos”
Alejandro Jodorowsky
El concepto de libertad es difícil de explicar, pues es tan o más subjetivo que el amor. Somos parte de una sociedad que clasifica, señala, somete, prohíbe, omite, desprecia, castiga, que miente, que domina, que es incapaz de ver el triunfo ajeno como propio.
Sí, somos parte de una sociedad, pero también somos individuos, somos una totalidad y si vemos a los demás de la misma forma, nos sabremos un tanto libres. No somos un cuerpo que tiene una conciencia, somos una conciencia que tiene un cuerpo. En ningún lado somos algo de alguien y nadie es algo nuestro. Pareciera que la personalidad la forjamos con contenidos que aprendemos a lo largo de la vida, absorbemos conductas, imitamos movimientos, la palabra evoluciona conforme nuestra curiosidad crece, pero no nos damos cuenta que todo eso sucede gracias a que nosotros tenemos curiosidad, tenemos esa capacidad de elegir lo que queremos aceptar y rechazar, hacer propio o dejarlo.
Entiendo que somos parte de una cultura, con costumbres y valores adoptados, con reglas impuestas, con creencias religiosas, con demandas colectivas, etc.; y que nuestras necesidades se expresan en la sociedad y ahí mismo es donde se satisfacen, pero eso no significa que eso nos prive de ser libres.
Janet Bray Attwood decía: “Si dedicas 21 días a practicar nuevas costumbres, puedes cambiar cualquier hábito. Lo único que necesitas es la voluntad para efectuar el cambio”. Y me parece que es muy acertado, pues vivimos en la rutina, dejamos de crear o planear, nos acostumbramos a algo y dejamos de crecer, sólo somos mecánicos, ya no hacemos las cosas por amor o por gusto, sino por “cumplir”.
La falta de libertad es el encierro, y el encierro es el fracaso. Digo fracaso porque fracasar es nutrirnos de nuestras derrotas y no querer perseverar. Lo anterior podría pensarse que es libertad, pues uno elige someterse a la incapacidad de ser o de no ser. Pero eso es otro tipo de libertad, no la libertad en la uno sabe cómo darse aliento.
Eusebio Ruvalcaba dice que el fracasado, en su más apremiante intimidad, sabe que, de planteárselo, lograría lo que se propusiera. En lo suyo. Salvo que él prefiere irse de bruces en ese abismo, su abismo, ese que él mismo ha ido escarbando en torno suyo. Y me parece muy acertada su explicación, puesto que el conformismo es el comienzo del fracaso.
La libertad es emocional, sexual, intelectual y verbal, el conflicto nace cuando dejamos de ser libres en alguno de ellos. Las dicotomías se hacen presentes y sólo ajustando nuestra vida emocional, intelectual, sexual y verbal sin pretensión de nada seremos libres.
Si el ser humano tiene atención a su potencial emocional, ahí tiene la plataforma para el cambio de las situaciones de conflicto que se presentan.
El amor y la libertad son los pilares que mueven al hombre, pues sólo se valora el estado de libertad cuando el amor se ha extinguido. El amor y la libertad son armas de doble filo que no hay que entender ni querer dominar, sólo saber que están ahí. Lo mejor del amor es que se acaba. Única y nada más por esta circunstancia es posible valorar sus repercusiones. Pero a menudo esas repercusiones las volvemos extremas, nos damos cuenta que las cosas no son lo que aparentan, pasamos por un desamor, viendo esa situación como aquella que nos hizo medir nuestros alcances respecto del amor y la libertad. No nos vemos fortalecidos en algún aspecto, sino mal librados, como si fuera una batalla, y caemos en esa escisión de todo.
Creemos vivir nuestra libertad fuera del amor porque no sabemos ser libres amando, excepto si la libertad nuestra se convierte en un incentivo y no en un estancamiento.
La psicología, ¿qué lugar ocupa aquí?, pues no pienso hablar de ella como teoría o como práctica, sino como aliciente para poder expresar los potenciales con los que uno cuenta para fortalecerlos y hacerse de un mejor entendimiento.
Todo mundo está en su derecho de cortar el trozo de amor y libertad que le corresponde. Sólo no hay que pelear la rebanada más grande.
Alejandra J. Ponce Paredes
Muy interesante querida Ale. Saludos