La crisis, y en particular la de 2020, traen consigo cambios de todos los tamaños y en diferentes órdenes de la vida. Uno de los fenómenos que ha aumentado este año es el de los adultos que se ven obligados a volver a la casa de los padres por falta de recursos económicos para pagar su renta.
Esta situación ha tenido lugar en prácticamente todo el mundo, con las escasas excepciones de los países en los que la crisis no ha tenido un impacto devastador o que tienen mecanismos muy eficaces para atender a quienes se han quedado sin buena parte de sus recursos.
Volver a la casa de los padres no es una situación fácil para nadie. Ni para quienes tienen que dejar atrás una vida independiente ni para los que reciben de nuevo a un hijo o a varios, con los que no se convive desde hace tiempo. Asumir esta nueva condición y adaptarse a ella a veces no es tan sencillo.
Volver a casa de los padres: la generación boomerang
Volver a casa de los padres es una tendencia en aumento. A medida que ha ido decayendo la asistencia del Estado en muchos países, al tiempo que las condiciones de empleo y económicas se han hecho más duras, cada vez son más los adultos que se ven obligados, de alguna manera, a volver.
Las condiciones socioeconómicas también han llevado a que sean muchos los adultos que no logren emanciparse de la tutela familiar. Sencillamente no se van a vivir solos porque no encuentran los medios para hacerlo. Sin embargo, es muy complejo el caso de los que sí se han emancipado y luego tienen que regresar.
Incluso ha comenzado a hablarse de la generación boomerang para hablar de todas esas personas que han tenido que regresar a la casilla de salida. Retomar la convivencia con la familia originaria no es malo, el problema aparece cuando no es una opción, sino prácticamente el último recurso para subsistir.
¿Un problema o una oportunidad?
Existe la idea generalizada de que emanciparse de la casa paterna es un logro. Prácticamente se le considera el paso definitivo hacia la vida adulta y, por eso, volver a casa de los padres se ve como un paso atrás. Sin embargo, el tema no siempre es tan en blanco y negro como parece.
Volver puede ser una gran oportunidad para sumar fuerzas. En el plano económico, al sumar pequeñas cantidades de ingresos se genera un entorno en el que todo se aprovecha mucho más. ¿Pragmático? Sí, pero funciona.
Si se llega al hogar originario por problemas financieros, es mejor no dejar de lado precisamente el lado financiero. No se trata de ir a buscar personas para que mantengan al adulto; la persona que vuelve a casa de sus padres tiene la obligación de buscar fórmulas para aportar.
Puede hacerlo en trabajo, pero también en servicios. Se vuelve al hogar paterno, pero no se vuelve a ser un niño. Se renuncia a la independencia, pero no a la adultez.
Comprensión y respeto
La lógica de la casa paterna impone otra suerte de fronteras. La reunificación exige un extra de comprensión y sensibilidad por el acogido y los acogedores. Para que la experiencia no se convierta en una especie de castigo, es necesario que las dos partes cedan. Se trata de encontrar un lugar de entendimiento que favorezca la convivencia y le de valor al grupo recuperado.
Los padres tendrán que asumir que el “hijo recuperado” es plenamente adulto, se rige por sus propios códigos y su conducta se afianza en determinados valores. Vuelve un hijo con el que van a tener que establecer una relación mucho más simétrica que la que tenían con él cuando era niño o adolescente.
Por su parte, la persona que regresa va a tener que adaptarse y respetar las normas del hogar de acogida. Es necesario cerrar este pacto para que la experiencia sea positiva.